Un nuevo flautista de Hamelín

Un nuevo flautista de Hamelín

Vamos a empezar con un breve repaso a esta leyenda. Allá por el año 1284, la ciudad de Hamelín en Alemania, estaba infestada de ratas. Un día apareció un desconocido que ofreció sus servicios a los habitantes del pueblo para acabar con el problema. A cambio de un premio, el desconocido prometió librar al pueblo de todas las ratas, a lo que los habitantes del pueblo se comprometieron. Entonces el flautista empezó a tocar una música encantadora que hacía a las ratas abandonar sus escondites y seguir aquella tonada. Una vez que todas las ratas se reunieron en torno al flautista, él empezó a caminar y aquellas lo siguieron como adormecidas. El flautista se dirigió hacia un río y las ratas que iban tras él murieron ahogadas. Hasta aquí se escribe la primera parte de la historia.

Con gran asombro, el pueblo aceptó los resultados pero no pudieron o no quisieron pagar el precio (seguramente y esta es la parte no revelada de la historia, además de lo pactado, el flautista cobró viáticos, impuestos, derechos de propiedad intelectual y costo de las licencias de su música). Entonces, debido al incumplimiento del pueblo con su paga, el flautista prometió vengarse. Y así lo hizo.

Mientras los habitantes del pueblo estaban en la iglesia, el hombre volvió a entonar su contagiosa música, y esta vez fueron los niños los que le siguieron y juntos abandonaron el pueblo. La leyenda original dice que jamás se volvió a saber de ellos, pero en la adaptación de los Hermanos Grimm, el pueblo tuvo que pagar para ver a sus hijos de vuelta.

Leí esta historia en la versión de los Hermanos Grimm y siempre estuve de acuerdo con el flautista. Él hizo su trabajo, aportó el talento, ¿por qué no le pagaron? Hoy día, valorando otros aspectos, considero que el pueblo quizá tenía sus razones. Para ello vamos a analizar ¿qué aportes o lecciones aprendidas nos deja esta historia?

Que estuvo mal.

La solución pudo ser diferente. Después de todo, siempre tuvieron que pagar, pero a la mala. Es obvio que el flautista difícilmente hubiera revelado y menos aún compartido, su mágico talento, pero al final, era humano como todos, lo cual indicaba que cualquier otra persona podría hacer justo lo que él hacía. Si no uno solo, al menos entre varios, con la sinergia que genera el aporte de ideas en equipo. A lo mejor el pueblo consideró que de haber pagado, habrían aceptado una relación de dependencia con el flautista, lo cual no necesariamente es malo, pero es dependencia al fin. Otra alternativa que pudieron haber valorado es que aún cuando hubiesen podido pagar, las ratas tal vez regresarían al pueblo, después de todo, las ratas no son una especie extinta. Cualquiera que hubiese sido la razón, lo cierto es que si el pueblo se hubiera propuesto buscar una alternativa en conjunto, no se habrían sentido sin salida.

Qué estuvo bien.

Ahora pensemos en el movimiento de Software Libre y consideremos si la historia tiene semejanza. No se preocupen por buscar quién sería el flautista de la historia, podría ser cualquiera que venda su software y no por ello es el villano del cuento, es más, está en todo su derecho. Más bien, ubiquemos al pueblo que pudo haber buscado mejores y más acertadas soluciones.

El Software Libre está dando la oportunidad a miles de personas alrededor de todo el mundo, y ya lo están adoptando muchos países, de encontrar una opción en conjunto que nos permita trabajar, e incluso vivir con un software sin límite alguno y lo que es mejor sin costo o a un costo muy bajo.

Hoy día podemos encontrar software libre que puede sustituir casi todas las aplicaciones privadas que tenemos, … y pagamos. Existen sistemas operativos, procesadores de palabras, hojas electrónicas, software para hacer presentaciones, para diseñar páginas Web; en fin, para cualquier requerimiento que se nos ocurra, y todos ellos con un nivel de rendimiento igual o superior a las aplicaciones privadas que requieren pagar un derecho por el uso de sus licencias.

Son recursos totalmente legales, con posibilidad de soporte local y su adquisición es tan sencilla que se encuentra al alcance de un “click” en Internet. Es software que ya está presente en teléfonos móviles y computadores, como Mozilla Firefox, OpenOffice o Android, incluso también hay automóviles y electrodomésticos que emplean software libre. Este se basa en un tipo de licencia que incluye más libertades para el usuario: libertad para usar el programa para cualquier propósito y sin restricciones, para estudiar cómo funciona y adaptarlo a las necesidades de cada persona (el código fuente está disponible para todo el mundo), para distribuir copias, y para mejorarlo y hacer públicas las mejoras.

La verdadera economía del software libre se deriva de que no se gasta en pagar licencias. Esto quiere decir que se puede instalar el software las veces que se desee y en la cantidad de máquinas que se decida sin ningún tipo de restricción legal. A través de estas condiciones es evidente que existe una independencia tecnológica; la libertad de emplearlo las veces que se desee es ilimitada.

En este esquema de tecnologías abiertas la detección y solución de errores es más rápida, porque todo el mundo puede acceder al código fuente. Eso hace que las actualizaciones no dependan de criterios comerciales, sino que se incorporen rápidamente y sin costo para todos. Esto  permite que los usuarios actualicen sus aplicaciones cuando quieran, rápidamente y de forma gratuita, y no cuando lo imponga el fabricante.

Como dice Gunnar Wolf, un destacado profesor y columnista de revistas de tecnologías de información: ”La experiencia con el software abierto es tremenda: un usuario con algo de curiosidad científica no se volverá a enfrentar a la magia negra de cómo funciona su sistema, simplemente él será dueño de esa magia”.

De ahí entonces el planteamiento que da título a este comentario: Un nuevo flautista de Hamelín nos acecha, solo que ahora sí podemos defendernos.

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